sábado 19 de julio de 2025 - Edición Nº4801
Infonoroeste » Regionales » 17 Jul 2025

Opinión

“El poder prestado: ganar mucho poniendo poco, o la audacia de cosechar lo que otros sembraron”

Escribe para INFONOROESTE, Sebastián Riglos. Abogado.


En la Cuarta Sección Electoral bonaerense se disputan este año siete senadurías, claves para el equilibrio en la Legislatura provincial. Junín, el distrito más importante, representa casi el 20% del padrón seccional y tiene un historial de victorias oficialistas locales que ningún dirigente nacional menciona, aunque se apoyan en esos votos cada vez que hace falta. Porque mientras arriba se negocian cargos, ministerios y boletas nacionales, son los intendentes, concejales y militantes locales son los que caminan los barrios, sostienen las gestiones, bancan las crisis y ponen, en definitiva, los votos que alimentan el plato gourmet del poder.

En el territorio, en cambio, aparece un fenómeno relativamente novedoso: el superpoblado de los “nadies” colgados de la marca violeta. Personajes sin mayores méritos o distinciones en lo profesional, académico, político, comercial y/o industrial. Desde lo discursivo con un gran acierto, su condición de nadie, por antonomasia los aleja de la categoría de “casta”.

Estos oportunistas de ocasión o desesperación, que ladran cuan caniche detrás del portón, convencidos de que un sticker de Milei basta para volverse referente. Flojos de papeles, famélicos de representatividad, pero veloces para intentar saltar la fila y correr a quienes tienen algo que mostrar.

La crisis de representatividad es profunda, y se ha agudizado alarmantemente. Vivimos niveles de desinformación política sin precedentes desde el siglo XIX: la gran mayoría de la población no sabe cuándo se vota, ni qué se vota, ni para qué se vota. Es, en definitiva, un juego de un puñado de actores que moviliza compulsivamente a la sociedad entera y al aparato estatal. ¿Qué sí votar importa? Obvio: el sufragio es el fundamento último de la legitimidad democrática. Pero en este clima es casi un ritual vacío. Una parafernalia, una ficción.

Porque a la desinformación se suma la tensión permanente, la violencia, el agravio, y la descalificación como único modo de hacer política. La nula intención de persuadir al votante con propuestas, y la deliberada conducta de insistir en la manipulación de fibras emocionales para montar una contienda y conflictos permanentes. Ganar para que el otro pierda. Y nada más.

El peronismo, mientras tanto, juega a la renovación cambiando el nombre de sus frentes electorales. Poco esfuerzo, escasa originalidad, y ninguna voluntad real de abrirle paso a cuadros emergentes. Huérfanos de conducción y ordenamiento real. Reedita el ya tan gastado trailer de la “renovación” vedando sistemáticamente a quienes podrían traer aire nuevo. Todo eso, para consolidar una vez más a quienes fueron parte de la derrota, y allanaron —por acción u omisión— la llegada de un fenómeno tan disruptivo y antipolítico como Javier Milei. La cobardía y la indecisión dirigencial de otrora, es el alto costo que pagan hoy: un movimiento que observa atónito desde la periferia, a su dirigente más representativa cumpliendo prisión efectiva en su domicilio, y al ex presidente abanderado en cuestiones de género, quien venía a derrocar el patriarcado, procesado por lo mismo.

No es ocioso que a la provincia de Buenos Aires se ufane de “ingobernable”. Los intendentes que amagaban con rupturas ahora especulan con alianzas; los libertarios buscan cabezas de lista prestadas del PRO; y el radicalismo, fiel a su estilo, se fragmenta para negociar caro.

En el plano nacional, Milei capitaliza un apoyo sorprendente; Karina Milei mueve piezas con destreza quirúrgica; el resto mira el tablero tratando de entender las reglas de este nuevo juego.

El negocio arriba es claro: acumular cargos, sellar alianzas, repartirse las cajas. Abajo, las bases ponen los votos, los nombres, la estructura, los fiscales, y las urnas abiertas. Pero nadie los convida a la mesa del poder.

En Junín, en la Cuarta, y en la provincia abundan dirigentes locales que gestionan, caminan, y construyen. Mientras tanto, en las superestructuras partidarias, abundan los chefs que jamás pisaron una cocina real. El resultado es el que conocemos: una política que mastica a sus militantes y le sirve el festín a los de siempre.

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