Espero —y estoy convencido— de que el Presidente leyó muy bien el mensaje de las urnas en septiembre. Leer bien significó un cambio en su trato con la gente y con la política. Empezó a buscar consensos y a apoyarse en quienes podían sacarlo del escarnio al que lo sometieron las Cámaras del Congreso.
Sin dudas, la actitud golpista de algunos legisladores, amenazando con juicios políticos y con rechazos a los vetos, terminó de impulsar el apabullante triunfo de Javier Milei. Que se entienda bien: no me resulta simpático, no lo voté ni lo votaría. Pero Milei llegó a la presidencia porque lo votó el 56% de los argentinos en el balotaje, y eso debe respetarse. Corresponde cuidar la institucionalidad que las urnas le otorgaron en 2023, algo que muchos “gurúes” de la política todavía no parecen haber entendido.
Con respeto, creo que esta elección dejó muchas cosas al desnudo. Se acabaron los vende humo. Ya nadie cree en ese “camino del medio” que solo buscaba asegurarse los cargos del medio. La gente ya no come vidrio. Es hora de jubilar a varios dirigentes que dan vergüenza, entre ellos los kirchneristas y massistas que tenían un discurso en septiembre y otro muy distinto anoche. En política, como en todo en la vida, se gana o se pierde, pero en ambos casos hay que hacerlo con dignidad.
No soy kirchnerista ni mileísta. Soy radical. Pero hoy el radicalismo está coptado por topos del kirchnerismo. Este radicalismo no representa a nadie. Los números lo dicen: son más las derrotas que los triunfos.
Si tienen un poco de dignidad, quienes hoy conducen la UCR deberían renunciar, y hacerlo ya, hoy mismo. Son la peor pesadilla y la peor imagen que puede tener nuestro partido.
Las dos fuerzas, la UCR y el sector de Facundo Manes, renovaban 20 bancas y sacaron cero. Por favor, den un paso al costado: todavía hay tiempo de salvar al radicalismo.