miércoles 24 de diciembre de 2025 - Edición Nº4959

Regionales | 7 Nov

Opinión

El futuro del peronismo es ser más peronista

Escribe Gustavo Romans, especial para INFONOROESTE. El peronismo envejeció contando su historia a quienes ya no la vivieron. El triunfo de Mamdani en Nueva York y un peronismo que debe volver a parecerse a sí mismo.


A veces, la política no se define por los números, ni por las alianzas, ni por los diagnósticos: se define por una sola cosa: atreverse a decir para quién se gobierna.

En Nueva York, un joven socialista, Zohran Mamdani, acaba de ganar la alcaldía haciendo precisamente eso. Su programa no fue una lista de buenos deseos ni un festival de promesas vacías. Propuso medidas concretas: congelar alquileres, construir vivienda pública, abrir supermercados estatales, hacer gratuito el transporte y financiar todo con impuestos a los más ricos. En síntesis, recuperar la idea del Estado como herramienta de justicia.

Pero lo que distingue a Mamdani no son solo sus propuestas: es su tiempo político. Mamdani habla del futuro, de lo que se puede cambiar mañana. Y lo hace con una convicción simple, casi artesanal: el conflicto no es el problema, sino el punto de partida. Incluso ante la arremetida de los multimillonarios que agitaban el miedo, redobló su apuesta. No se tiñó de rubio ni trató de mezclarse con la dirigencia tradicional.

El peronismo argentino, en cambio, parece haber quedado suspendido en un presente sin relato.

Llegó a las últimas elecciones con un discurso que hablaba de logros pasados a una sociedad que ya no los siente propios. Y ese desfasaje temporal no es menor: la mitad de los argentinos tiene menos de 32 años.

Para esa mitad del país, los grandes hitos del movimiento —desde el Estado de bienestar peronista hasta las conquistas de la década kirchnerista— son capítulos de historia, no experiencias vitales.

El problema no es reivindicar el pasado, sino creer que el pasado alcanza.

Mientras Mamdani ofrece un horizonte tangible, el peronismo insiste en recordar su edad dorada, como si bastara con evocar los años de gloria para reconectar con una sociedad que cambió su escala de valores, su economía y su identidad.

El contraste es brutal: uno habla de futuro; el otro, de memoria.

A esto se suma otro fenómeno: la endogamia dirigencial, que —encerrada en sus propios círculos— dejó de pensar en políticas de mayorías. En lugar de volver a construir consensos amplios, se dedicó a las internas y a diseñar estrategias electorales con un ejército de “contratados”.

Así, la política se volvió un trabajo de oficina, un ejercicio técnico, no emocional; un cálculo de ingeniería, no una conversación con la sociedad.

Es curioso, pero un movimiento que nació para representar lo popular terminó hablando para los propios, con un lenguaje cada vez más autorreferencial y menos movilizador.

En ese vacío emergió Milei, que prometió dinamitar lo viejo. Y a una generación que no siente que haya nada que defender, esa propuesta no le pareció una vulneración de derechos.

Así, le dio a la frustración una narrativa de poder y ruptura, algo que el peronismo —temeroso de parecer radical— no se animó a ofrecer.
Y cuando una fuerza política renuncia a ser vehículo de esperanza, termina siendo parte del paisaje que se quiere cambiar.

El triunfo de Mamdani es, en ese sentido, un espejo.

Demuestra que la claridad ideológica no espanta: ordena. Que se puede hablar de justicia social, de impuestos a los ricos o de intervención estatal sin que eso sea una herejía, si detrás hay coherencia y vocación de futuro. Mientras el peronismo siga aferrado a su pasado, seguirá confundiendo lealtad con inmovilidad.

Mamdani no ganó porque fuera joven o disruptivo. Ganó porque, en tiempos de incertidumbre, ofreció certidumbre política: un mañana con dirección.

Y tal vez ahí esté la lección más dolorosa para el peronismo del siglo XXI: cuando un movimiento nacido para transformar se conforma con criticar, el futuro pasa a manos de otros.

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